1. Eclipse solar, Indiana, EE.UU.
Por supuesto, no es la primera vez que las trayectorias de una aeronave, la Luna, el Sol y la Tierra se cruzan.
En tierra, el pintor estadounidense Howard Russell Butler observaba atentamente con su caballete. De hecho pintó tres eclipses asombrosos (1918, 1923 y 1925) que fueron exhibidos en conjunto.

Algunos cristianos y conservadores confundieron la imagen con una sátira de «La Última Cena» y la tacharon de sacrilegio de mal gusto.
Al disculparse por la confusión, el comité organizador de París 2024 aclaró que el retablo no pretendía en absoluto recordar la obra maestra de Leonardo da Vinci, sino evocar en su lugar al dios griego Dioniso en el cuadro de Jan van Bijlert, «El festín de los dioses», de 1635.

A principios de 2024, más de medio millón de personas habían huido de los combates entre el ejército sudanés y las paramilitares Fuerzas de Apoyo Rápido, lo que puso a Sudán del Sur al límite.
Las vívidas telas de colores y sus estampados contrastan fuertemente con la sobriedad de la situación de los migrantes.
La intensidad de la foto recuerda el ritmo y la textura de las obras abstractas del célebre artista y cineasta sudanés Hussein Shariffe, cuyas poéticas pinturas difuminaban la línea entre los colores que vemos y los que sentimos.

La temible fuerza de la actividad volcánica ha fascinado durante milenios a los humanos y una foto de la sublime efusión de tefra incandescente, piedra pómez vaporizada y mineral fundido en la atmósfera coincidía extrañamente con la violenta visión del artista romántico británico John Martin.
Hace dos siglos, Martin imaginó la erupción del Vesubio en el año 79 d.C. para su apocalíptico cuadro «La destrucción de Pompeya y Herculano» (1822).

Me vienen a la mente, por ejemplo, el izado de la bandera estadounidense en la isla japonesa Iwo Jima, durante la Segunda Guerra Mundial, o el puño al aire de los atletas afroestadounidenses al recibir medallas en los Juegos Olímpicos de 1968 en Ciudad de México.
Haciéndose eco de elementos de esos dos hitos de la creación de imágenes, la foto de un Donald Trump desafiante, levantando el puño, poniéndose en pie con la cara manchada de sangre después de que una bala le perforara la oreja derecha en un mitin de campaña en julio, con la bandera de EE.UU. detrás de él, hizo que muchos se preguntaran si ese fue el momento en el que ganó las elecciones.

La suave luz de las linternas contrasta fuertemente con la inquietante penumbra de una incierta puesta de sol que parpadea en la distancia. En el verano, el 90% de los habitantes de Gaza (unos dos millones de personas) fueron desplazados por la guerra.
El acto de iluminar con linternas recuerda una famosa escena de la historia del arte: el cuadro «Carnation, Lily, Lily, Rose» de John Singer Sargent, que retrata a las hijas de un amigo, en un crepúsculo del suroeste de Inglaterra.
Fue pintado pacientemente a lo largo de muchos meses, cuando la luz era la adecuada durante unos fugaces momentos cada tarde del otoño de 1885. Lo único que falta es la hierba verde, las flores silvestres y una permanente sensación de paz.

La levitación de Medina, aparentemente sin esfuerzo, recuerda innumerables representaciones religiosas de ascensión mística en el arte occidental, de Giotto a Rembrandt, de Il Garofalo a Salvador Dalí.
Lo que sella la sorprendente sincronía de la elevación atlética con la ascensión espiritual es el brazo derecho levantado de Medina y su dedo índice, señalando con precisión hacia dónde parecen dirigirse su cuerpo y su alma.

El fenómeno meteorológico conocido como DANA (Depresión Aislada en Niveles Altos), o «gota fría», golpeó Valencia un día antes, desencadenando lluvias sin precedentes. En solo ocho horas cayeron 500 mm, devastando la región.
La vertiginosa perspectiva de la mujer valenciana, a través de cuyos ojos vemos cómo el mundo se desmorona y se retuerce, recuerda la perspectiva desaliñada del cuadro del cubista italiano Carlo Carra de 1912, «Simultaneità, La donna al balcone».

La disolución del ser en una bruma resplandeciente evoca las visiones evaporativas del pintor británico JMW Turner, cuya obra compleja «Luz y color (teoría de Goethe) – La mañana después del diluvio» (1843), imagina un momento aparentemente insondable de sublime iluminación que prepara el escenario para todos los centelleantes matices de la existencia que le siguen.

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Tras el colapso del régimen del partido Baath de Siria y la huida del país de la familia Assad, se vio a los sirios derribar innumerables efigies del padre del derrocado presidente Bashar al Assad en ciudades de todo el país.
Existe, por supuesto, una especie de catarsis comunitaria en el júbilo compartido de derribar estatuas de gobernantes rechazados, como vemos en la pintura de William Walcutt de 1857 de un círculo de neoyorquinos extasiados derribando la estatua del rey Jorge III del escultor británico Joseph Wilton en julio de 1776, tras una lectura de la recién adoptada Declaración de Independencia.

Una foto de muchas de las participantes preparándose con entusiasmo para la competición captó la elegancia y la energía de la trascendental ocasión.
La aglomeración de tantas jóvenes habría atraído sin duda al artista impresionista francés Edgar Degas, quien, al parecer, no solo disfrutaba con la visión de las hábiles bailarinas, a las que llamaba sus «monitas», practicando y actuando, sino también del angustioso sonido de sus articulaciones al «crujir».

«Mi único pensamiento», dijo Ahn más tarde sobre el enfrentamiento, «fue que tenía que detenerlos. Los empujé, me los quité de encima e hice todo lo que pude».
La inquebrantable determinación de Ahn, e incluso el resplandor de la luz de su ropa, recuerdan el conmovedor retrato en acuarela de Juana de Arco que hizo el artista británico John Gilbert en el siglo XIX.
