Verón-Punta Cana.— Como el coronel de García Márquez, Plaza Velero tampoco tiene quien le escriba. Nadie que la reclame, que la atienda, que la mire con dignidad. Allí, en el corazón del cruce de Verón, esta plaza que data de hace algunos 16 años, se cae a pedazos sin que a nadie parezca importarle.
Caminar por sus pasillos es como recorrer un recuerdo abandonado. El agua se estanca como si llorara su abandono. Los baños, rotos y pestilentes, son la herida abierta de un lugar que alguna vez albergó promesas de crecimiento. Las paredes claman por pintura, los techos por cuidado, y los visitantes por respeto.
Dentro de Plaza Velero, la cual cuenta con alrededor de 50 locales, aún late la vida. Un gimnasio retumba con música y esfuerzo. Una farmacia resiste. Oficinas de abogados, tiendas de ropa, oficinas de servicios y hasta una parada de autobuses siguen operando con dignidad en medio del descuido. Pero todo esto ocurre como si fuera a escondidas, como si nadie quisiera aceptar que ahí todavía hay vida… y esperanza.
Plaza Velero no tiene quien le escriba. Nadie le pregunta cómo está. Nadie se preocupa por su salud. Pero su techo aún cobija, su suelo aún sostiene. Tal vez solo hace falta que alguien —una administración responsable, un grupo de ciudadanos, un puñado de soñadores— decida que este rincón no merece morir en silencio.
Porque incluso el coronel, algún día, esperó una carta que nunca llegó. Y aún así, siguió esperando. ¿Seguirá esperando también Plaza Velero?
