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A 3 años de la partida del “Cacique de Higüey”: Amable Aristy Castro vive en la memoria del pueblo

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Tres años han pasado desde aquel 4 de diciembre de 2022 cuando Amable Aristy Castro dejó este mundo, y todavía hoy su nombre provoca conversación, nostalgia y debate. Algo está claro: no se puede hablar de Higüey, ni de buena parte de la región Este, sin que aparezca su sombra larga y pesada.

No fue un político cualquiera. Fue una figura de esas que definen una época. El liderazgo de Amable no se construyó con discursos bonitos ni estrategias de gabinete, sino caminando tierra adentro, entendiendo el pulso social y conectando con el “hombre de a pie”. Por eso unos lo llamaban Cacique. No por capricho, sino porque ejercía un tipo de poder tradicional, paternalista, pero efectivo para muchos. Un cacique moderno que supo administrar favores, influencias y cercanía como moneda de gobernabilidad.

Su muerte dejó algo más que un puesto vacío; dejó un hueco emocional. La política de hoy, acelerada, fría y mediática, no tiene ese tacto humano que él dominaba. A Amable no lo entendías por Twitter, lo entendías viéndolo en una misa, en una calle, en un velorio o en una feria patronal. Esa identidad política territorial ya casi no existe.

Se le puede cuestionar mucho. Se le cuestionó mucho. Pero su figura marcó un estilo de gestión donde la autoridad no se imponía por imposición formal, sino por legitimidad cultural. Era parte del ADN del pueblo. Cuando figuras así se van, uno no solo pierde al hombre: pierde también un modelo social.

Tres años después, sigue siendo evidente que su partida dejó dispersión, competencia cruda y un liderazgo fragmentado. El pueblo lo siente, aunque no lo diga: no es fácil llenar ese vacío.

Recordarlo hoy es más que echar flores. Es preguntarnos qué tipo de dirigentes estamos formando. ¿Sin rostro? ¿Sin arraigo? ¿Sin compromiso real con la comunidad? Amable, para bien o para mal, representó lo contrario: una presencia palpable, un estilo de poder personalizado que conectaba con las necesidades de la gente.

Su ausencia aún pesa. Para algunos fue polémico, para otros fue benefactor, pero para Higüey fue historia viva. Y cuando la historia camina, se acerca y te habla por tu nombre, no se olvida tan rápido.

A tres años de su muerte, el cacique sigue presente porque, guste o no, encarnó una forma de política que dejó huella. Y las huellas, cuando se imprimen en la cultura del pueblo, no desaparecen con el tiempo… se convierten en memoria colectiva.

Lo cierto es que mientras Higüey siga buscando liderazgo, alguien seguirá pronunciando su nombre, aunque sea en voz baja. Porque los caciques no mueren del todo. Se instalan donde no se puede borrar: en la memoria popular.

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