Hay una tradición que se repite cada diciembre como villancico mal afinado: políticos repartiendo canastas, sobrecitos, cenas, fiestas “para la prensa”… y toda esa parafernalia que, disfrazada de gratitud, termina siendo un recordatorio de lo que no hicieron durante los otros once meses del año.
Por: Ángel Fernández
Cada Navidad aparecen sonrientes, abrazando periodistas, ofreciendo comida, fotos, whisky importado y discursos reciclados. Pero cuando llega enero, se esfuman más rápido que un buggy en La Ceiba del Salado. Pasan el año entero sin responder llamadas, sin ofrecer información, sin transparencia, sin abrir puertas, sin rendición de cuentas… pero diciembre llega, y ¡zas!, renace el espíritu navideño versión populista.
El problema no es la fiesta. No es la cena. No es el regalo. El problema es la intención.
Porque un periodista responsable no se alquila por un plato de comida ni compromete su criterio por un brindis. El rol del comunicador es fiscalizar, no aplaudir; cuestionar, no dejarse seducir por una funda con productos que caducan en febrero.
Cuando los políticos usan diciembre como su “mes de relaciones públicas”, lo que están haciendo es intentar comprar silencio anticipado para el año siguiente. Pretenden que un evento con merengue y rifas repare doce meses de distancias y puertas cerradas. Pero ese truco ya huele a viejo.
Un periodista serio sabe que su dignidad no se negocia. Que el respeto se construye con acceso a información, con transparencia, con diálogo constante, con hechos… no con jamón y ron.
Conclusión
La prensa no necesita fiestas; necesita respeto.
No necesita regalos; necesita instituciones abiertas.
No necesita cenas; necesita funcionarios que no desaparezcan después de la foto.
La dignidad profesional vale más que cualquier canasta navideña. Y el político que solo aparece en diciembre demuestra que nunca entendió —ni respetó— el verdadero papel de la comunicación en una sociedad libre.
El periodismo no está para servir la mesa: está para servir la verdad.






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