Por: Ángel Fernández / Especial para Bávaro Digital
Mao, capital de Valverde, no solo es conocida como la “capital del arroz” de la República Dominicana. También se ha ganado un lugar especial por sus atardeceres únicos, capaces de detener la prisa de cualquiera. Cuando el sol se esconde tras la línea infinita de sus llanuras, el cielo se enciende en un espectáculo de tonos dorados, naranjas, lilas y púrpuras que parecen pintados con pincel divino.
El escenario perfecto
Las vastas llanuras del Cibao permiten que el horizonte se abra como un lienzo interminable. Esa geografía plana, rodeada en la distancia por la Cordillera Central y la Cordillera Septentrional, convierte a Mao en un anfiteatro natural para contemplar la caída del sol. Aquí, cada tarde es un cuadro distinto: algunas veces con el fuego intenso del Caribe, otras con una delicadeza pastel que arrulla al pueblo.
Lugares ideales para disfrutarlo
Quien visite Mao no debe perder la oportunidad de ver el espectáculo desde distintos puntos:
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El Malecón del río Mao: uno de los sitios más concurridos al caer la tarde. El reflejo del sol en el agua y el ambiente comunitario lo hacen especial.
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Los campos de arroz: al norte y oeste de la ciudad, cuando el sol se posa sobre los espejos de agua de los sembradíos, el paisaje se transforma en una postal inolvidable.
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Los miradores de la Cordillera Central: a pocos minutos en vehículo, las montañas ofrecen vistas panorámicas de la llanura maeña bañada por el sol poniente.
Una cita con la identidad cibaeña
Los atardeceres en Mao no son solo una experiencia estética, son parte de la vida cotidiana. Agricultores que regresan de la faena, familias que comparten en los portales, jóvenes que conversan en parques y esquinas: todos coinciden bajo ese mismo cielo incendiado. Es un ritual colectivo que recuerda lo esencial: la unión entre naturaleza, trabajo y descanso.
Turismo con alma
Más allá de la contemplación, estos atardeceres invitan a quedarse. Mao ofrece hospitalidad auténtica, gastronomía cibaeña sin adornos y la calidez de su gente. Para quienes buscan un destino diferente al típico sol y playa, este rincón del Cibao ofrece una experiencia íntima y cultural, donde cada tarde culmina en un espectáculo natural que ningún hotel podría recrear.






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