La Altagracia, RD. – El obispo de la Diócesis Nuestra Señora de La Altagracia, monseñor Jesús Castro Marte, alzó su voz con fuerza y claridad para advertir sobre una de las crisis más ignoradas y dolorosas que enfrenta el pueblo dominicano: la salud mental.
En un mensaje cargado de sensibilidad, el obispo expresó su profunda preocupación por la manera superficial con que se abordan casos de enfermedad mental, reduciendo el sufrimiento humano a etiquetas como “esquizofrenia”, sin atender la raíz de un drama que atraviesa hogares, clases sociales y generaciones.
“Esto no es una excepción, es la regla de una realidad extendida”, sentenció.
Para monseñor Castro Marte, la salud mental no distingue estatus ni riqueza. Tiene rostros, tiene familias rotas, tiene silencios que claman ayuda. En muchas casas dominicanas se convive diariamente con un familiar que padece una enfermedad mental, y la mayoría lo hace sin recursos, sin apoyo, sin saber a dónde acudir.
El obispo hizo un fuerte señalamiento sobre las condiciones en que viven las familias más vulnerables: en comunidades rurales y barrios marginados, muchas veces las personas con trastornos mentales son encerradas, encadenadas o aisladas por la desesperación de quienes no tienen acceso a un tratamiento digno. Las madres —afirma— llevan la carga más pesada, alimentando, limpiando y cuidando a sus hijos enfermos en condiciones inhumanas.
“Falta conciencia, falta acompañamiento, falta compasión”, lamentó.
El obispo también denunció el olvido institucional: las clínicas privadas resultan inaccesibles para la mayoría de la población, y centros como el hospital Padre Billini siguen sin recibir el apoyo necesario. Solo cuando intervienen las comunidades religiosas o la Iglesia, algunos espacios recobran su sentido de humanidad.
Pero la advertencia fue clara: sin amor, sin humanidad, no hay sistema que funcione.
Castro Marte llamó a las autoridades, a la sociedad civil y a los creyentes a no mirar hacia otro lado. Lo que ocurrió en el Ensanche Naco —en alusión al reciente caso de violencia atribuido a una persona con aparente trastorno mental— es apenas “la punta del iceberg” de una crisis profunda que ya no puede seguir silenciada.





